Comienzo a preparar la mochila; un bañador, zapatillas y una camiseta verde. No quiero tardar, pero el camino es largo y hoy me van a pesar a plomo los kilómetros.
Aparco lejos, prefiero andar antes que estar dando vueltas por la costa. La brisa marina la tapan algunos edificios, es el calor quien parece abrazarme. Cada vez falta menos, ya veo las escaleras blancas y escucho las olas rompiendo a lo lejos. Ella está ahí, muy cerca de la orilla, acostada en la toalla, mientras escucha música y mueve alegremente sus pies.
Intento que no sé de cuente de que he llegado para darle un susto por la espalda. Le quitó un auricular y se da la vuelta de repente. Su cara de improvisto se tuerce hacia una sonrisa al reconocerme, y pasa por detrás de mi espalda sus brazos.
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