domingo, 27 de enero de 2013

41.

A las nueve menos cuarto en la estación de tren del Barrio del Carmen, odio madrugar cuando no son sus caricias en mi espalda las que me despiertan de buenas formas.

 Alba me espera allí, para una más que forzada despedida entre muchísimos vagones y penúltimos besos. Supongo que irá sin peinar, con un cigarro en la mano, ropa ancha y media sonrisa obligada. Se va una semana a Barcelona, a la universidad de Pompau Fabra.

 Debería estar radiante, pero no es así, está fría, distante. Quizás haciendose a la idea de tener que mudarse a ahí, olvidando de una vez lo nuestro. Siempre dijo con cierto aire triste que esto era un historia de un día que se había hecho ya demasiado larga. 

Yo me quedaría aquí, sin saber si podría aprender a volver a vivir sin ella. No quiero que su olor a primavera deje de calar hasta el último rincón mis pulmones cada mañana, al  pasar cerca de aquella cama, donde no hace tanto vivimos rápido, extasiados y sin ningún tipo de preocupación más allá de  que continuase el estruendo amor reventando muelles.





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